Marcos García-Diez, Blanca Ochoa, Irene Vigiola-Toña, Asier Abaunza, Isabel Sarró Moreno, Javier Angulo

Marcos García-Diez. Departamento de Geografía, Prehistoria y Arqueología, Universidad del País Vasco (UPV-EHU), c/ Tomás y Valiente s/n, 01006 Vitoria (Espagne) marcos.garcia chez ehu.eus

Blanca Ochoa. Departamento de Geografía, Prehistoria y Arqueología, Universidad del País Vasco (UPV-EHU), c/ Tomás y Valiente s/n, 01006 Vitoria (Espagne)

Irene Vigiola-Toña. Departamento de Geografía, Prehistoria y Arqueología, Universidad del País Vasco (UPV-EHU), c/ Tomás y Valiente s/n, 01006 Vitoria (Espagne)

Asier Abaunza. Departamento de Geografía, Prehistoria y Arqueología, Universidad del País Vasco (UPV-EHU), c/ Tomás y Valiente s/n, 01006 Vitoria (Espagne)

Isabel Sarró Moreno. Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), c/ Paseo Sierra de Atapuerca 3, 09002 Burgos (Espagne)

Javier Angulo. Departamento Clínico, Facultad de Ciencias Biomédicas, Universidad Europea de Madrid (UEM). Hospital Universitario de Getafe, c/ Carretera de Toledo s/n, 28805 Getafe, Madrid (Espagne).

Humanización : una visión arqueológica del proceso de hominización

Résumé / Abstract

La arqueología, basada en los estudios de la materialidad de la cultura humana, permite caracterizar una parte de la singularidad humana. La transformación y sistematización de objetos naturales (herramientas vinculadas a un proceso técnico), la búsqueda de transcendencia (sentimiento ante la muerte y enterramientos) y la construcción de simbolismo/lenguaje mediático (adornos corporales y lenguaje gráfico/artístico) permiten definir en base a qué y cuándo se produce el proceso de humanización. Un proceso de adquisición y socialización continuada y progresiva de habilidades y capacidades que se inicia hace al menos 2,5 millones de años con el Homo habilis.

Archaeology, as the science that studies the materiality of human culture, allows characterizing a part of the human singularity. The transformation and systematization of natural objects (tools obtained through a technical process), the search for spiritual transcendence (beliefs towards death and the presence of burials) and symbolic/language mediated constructions (corporal ornaments and graphic/artistic language) allow defining “when” and “how” the humanization process took place. From the archaeological point of view, it is a continuous and progressive process of acquisition and socialization of abilities and capacities, which started at least 2,5 million years ago with Homo habilis.

Mots-clés
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Arqueólogos, prehistoriadores y antropólogos físicos se esfuerzan en concretar cuándo, cómo y dónde se produce la “separación” entre lo que hoy entendemos por primate humano (género Homo) y primate no humano (géneros Sahelanthropus, Orrorin, Ardipithecus y Australophitecus). Esto implica preguntarse sobre las características que diferencian a unos y otros, es decir, qué nos hace humanos y cuáles son las singularidades de lo humano. La respuesta no es sencilla, a la vez que está condicionada por cuándo y quién responde. Somos los primates humanos quienes nos planteamos esta cuestión (al menos tenemos la certeza de tener conciencia de ello) y quienes nos definimos así, y somos nosotros quienes damos una respuesta “aséptica” desde condicionantes éticos, morales, científicos, etc.

Hoy en día está superada la visión rupturista que define la exclusividad humana, tanto cultural como física (Gould 2010). A partir del ámbito morfológico de la anatomía, hace unos 6 millones de años nos desvinculamos de un ancestro que nos unía con los chimpancés, del que escasamente nos distinguimos genéticamente (Varki, Altheide 2005), una diferencia en la que puede estar la clave de nuestra estructura morfológica (Olson, Varki 2003). A partir de este momento los antropólogos reconocen algunos rasgos que definen el proceso de hominización : el aumento progresivo de la encefalización ; los cambios en la estructura dentaria y ; la modificación de la estructura esquelética que desembocará en la posición erguida y la locomoción bípeda. Estos y otros cambios fisiológicos se desencadenan de forma paulatina y continuada en un contexto de multidireccionalidad de factores, produciéndose una interacción entre ellos y sus consecuencias que originan modificaciones en la dieta, en el metabolismo, etc, y, en el fondo, en nuestra ontogénesis.

Muy posiblemente el crecimiento del cerebro y de la masa cerebral representa la mayor singularidad de los primates humanos en términos biológicos. Desde hace unos 2,5 millones de años se produce un crecimiento alométrico del cerebro que se inicia con nuestro antepasado Australophitecus (entre 4,1 y 2,5 millones de años y con un tamaño cerebral de 400/500 cm3) y continua con las diversas especies del género Homo (Tabla 1). En los primeros 1,5 millones de años nuestro género duplicó su tamaño cerebral y en los 2,5 millones de años de existencia se ha, cuanto menos, triplicado. Además, este crecimiento implicó modificaciones en la morfología cerebral (Deacon 1998 ; Pelvig et al. 2008).

Tabla 1. Cronología y tamaño cerebral de las diferentes especies humanas
Résumé du Tableau
Género Homo Millions d’années Volume cérébral (cm3)
Homo habilis/ Homo rudolfensis 2,5 et 1,6 600/750
Homo ergaster 1,8 et 1 800/1000
Homo erectus 1,8 et 0,1 900/1200
Homo antecessor 0,9 et 0,78 1000/1200
Homo heidelbergensis 0,6 et 0,2 1100/1400
Homo neanderthalensis 0,2 et 0,03 1300/1700
Homo sapiens 0,17 1300/1500

En este contexto, el primate humano desarrolla nuevas capacidades de planificación y conciencia vinculadas a habilidades cognitivas, que en su forma más compleja implican, entre otras, racionalización, abstracción, reflexión, intelección, creación, estructuración y jerarquización, que en algunos casos también están documentadas en primates no humanos (Tomasello, Call 1997). Éstas capacitan a los humanos para el desarrollo de procesos y acciones vinculados a la adaptación y la supervivencia.

El aumento del tamaño del cerebro y las modificaciones/reestructuraciones cerebrales y esqueléticas (entre otras, la posición erecta y la liberación de las manos), permitirán el afianzamiento de habilidades previamente desarrolladas y la adquisición de otras que implicarán la modificación de elementos del entorno natural y la construcción de materialidades exomáticas (principalmente vinculadas al desarrollo de sistemas técnicos), permitiendo superar las limitaciones que los ecosistemas determinan y condicionar el desarrollo/evolución de las relaciones entre iguales. La sistematización y posterior socialización de las habilidades, y la adaptación a la diversidad de entornos naturales y sociales, determinan su supervivencia como especie y permiten singularizar al género Homo.

Las habilidades y capacidades que nos hacen humanos responden a procesos y modificaciones que constituyen respuestas a interacciones. Y estas respuestas implican propuestas resolutivas que en caso de consolidarse como estrategias no puntuales suponen adaptaciones. El estudio de la autoecología de los primates humanos permite obtener una visión de las adaptaciones de nuestra especie a factores abióticos y bióticos. Interacciones entre individuos de la misma especie, interacciones con otras especies e interacciones con factores ambientales cambiantes definen relaciones y modificaciones físicas y culturales que implican procesos (mecanismos y estrategias) de adaptación y perduración o, por el contrario, la extinción.

Dejando de lado la fisiología y el patrón biológico, estrechamente vinculados al proceso de hominización, ¿qué hace singular al primate humano ? ¿qué habilidades y capacidades propias de otros primates también desarrollan ? ¿qué habilidades y capacidades le son propias ? ¿cuándo y dónde ocurren estos acontecimientos ? En conclusión, ¿en qué consiste el proceso de humanización ? y ¿de qué información arqueológica se dispone ?

1 Herramientas : de la manipulación de los objetos naturales a su transformación y sistematización

El uso y manipulación funcional de objetos, a modo de herramientas, que dispone el entorno no es una singularidad del género Homo. Algunos primates, como los chimpancés y bonobos, manipulan soportes pétreos o de madera para acceder a recursos alimenticios o para transformar los productos a fin de consumirlos (Boesch, Tomasello 1998 ; Savage et al. 1998 ; Mercader et al. 2002 ; Whiten et al. 1999 ; Whiten 2015), entre otros. Este es el punto de partida (fase pre-técnica) a partir del cual los primeros Homo desarrollan una habilidad propia de los otros primates y la complejizan, marcando, durante la evolución, una singularidad humana : la transformación intencionada (mediante fracturación por percusión, conocida como talla) de objetos naturales (fase técnica) a fin de dotarlos de formas específicas adecuadas a una o varias funciones.

Algunos autores, en base a experimentaciones basadas en la capacidad de talla de chimpancés modernos y en estudios morfológicos y biomecánicos de la mano en contextos de aprendizaje dirigido, proponen que primates de Orrorin tugenensis, Ardipithecus ramidus, Australophitecus afarensis y Paranthropus tienen la capacidad de manipular objetos (Kivell 2015). A esta evidencia indirecta se añade la existencia de huesos con marcas de corte hace 3,4 millones de años asociados a Australophitecus afarensis en Didika (Etiopía), que permitiría inferir el uso de objetos de piedra para descarnar animales (McPherron et al. 2010). Esta hipótesis de reconocimiento de habilidades en el uso de objetos de piedra y vegetales en homínidos no Homo pudiera ser completada con el reconocimiento de la creación de instrumentos en el yacimiento de Lomekwian (Kenia) datado en 3,3 millones de años, donde se ha identificado un conjunto de objetos cuya conformación responde a procesos simples de habilidades manipuladoras y cognitivas específicas llevadas a cabo por Kenyanthropus platyops o Australophitecus afarensis (Harmand et al. 2015).

La primera evidencia indiscutible de la capacidad de creación de instrumentos líticos por parte de un Homo se documenta en el norte de África, en el yacimiento etíope de Gona (Semaw et al. 2003), en un nivel datado en 2,6/2,5 millones de años. A partir de esta cronología el registro arqueológico demuestra una reiteración de conjuntos de piedras trabajadas mediante técnica de talla por percusión para configurar instrumentos, atribuidos al modo técnico 0 o Pre-Olduvayense (Roche et al. 2003 ; Torre 2011). Desde hace 2,5 hasta 2 millones de años los yacimientos africanos de Hadar, Turkana, Omo, Kanjera, Koobi Fora, Fejej y Olduvai certifican la consolidación de la habilidad de manipulación de objetos configurados, lo que manifiesta una primera socialización de un proceso tecnológico.

Pero ¿qué elementos cognitivos se pueden derivar de esta habilidad ? Partiendo de considerar la alta probabilidad de uso de objetos naturales sin transformación en momentos previos a los 2,5 millones de años para funciones vinculadas, al menos, a la captación de alimentos, la manipulación representaría una respuesta rápida a un único uso con un carácter unidireccional. Por el contrario, la elaboración de instrumentos, más allá de su simplicidad o complejidad técnica, conlleva una habilidad tecnológica, la capacidad de transformación, mediante diferentes sistemas y procesos, de objetos naturales para producir nuevos, lo que implica la capacidad de predicción de la respuesta, que en su recurrencia implicará la sistematización. Es la inteligencia operativa (Furth 1977), que implica una ventaja competitiva concretada en una mayor optimización de los materiales y una mayor eficiencia y productividad.

Las primeras producciones de herramientas ponen de manifiesto el recurso a técnicas de percusión, de golpeo de un objeto contra otro. La finalidad es obtener instrumentos con un filo fino o robusto, con potencialidad para labores de descarnado, fractura y corte vinculadas al acceso a recursos cárnicos o para el trabajo de la madera. Estas herramientas responden a sistemas técnicos sencillos que se inician con una selección de la materia prima soporte (núcleo). Tras ello se procede a una talla sencilla vinculada a la fractura concoidea de las rocas, que implica una explotación del núcleo y la generación de nuevos soportes (lascas). La explotación, el sistema de talla, implica una concepción volumétrica del trabajo del soporte mediante sistemas de trabajo unifacial, bifacial e incluso multifacial. El trabajo del soporte se realiza bien bajo conceptos centrípetos (discoide) u ortogonales. Los productos obtenidos (lascas) por la reducción de los núcleos muestran un cierto grado de estandarización de las formas – que ejemplifica una adecuación entre proceso de talla, producto final y sistematización – generadas por acciones en cadena dirigidas a una tendencia a la homogeneización del resultado final, una planificación predeterminada de acciones técnicas. Pero no sólo se busca la estandarización de productos obtenidos a partir del núcleo matriz, sino incluso de éste. Así destacan soportes configurados a partir de cantos trabajados parcialmente mediante talla uni o bifacial (chopper ; figura 1). Estas formas de trabajo se repiten en diferentes conjuntos, lo que implica un comportamiento socializado a gran escala en el territorio africano.

Figure 1
Exemples des premiers outils (chopper) des gisements FLK North 1-2 et FLK North Sandy Conglomérat des gorges d’Olduvai, datant d’1,8 millions d’années (crédit photo : I. de la Torre et R. Mora, Musée national du Kenya).

A partir de este momento, en torno a 2 millones de años, la historia de nuestra transformación del medio para conseguir herramientas exomáticas, instrumentos artificiales humanos generadas fuera del cuerpo (Popper 1994), se sofisticará mediante procesos y sistemas cada vez más complejos. Así se buscará una mejor adecuación entre instrumento y función, un mayor aprovechamiento de la materia prima mediante producciones más sistematizadas conseguidas por la aplicación de determinados sistemas técnicos adecuados a cada materia prima y por sistemas que buscan una mayor optimización de los recursos.

En torno a ello, el trabajo de nuevos materiales (como una diversidad de materias primas pétreas y el trabajo sobre materiales orgánicos) será transcendental, y manifiesta un mayor grado de aprovechamiento del medio. Así el trabajo de la madera está documentado desde hace 1,5 millones de años en el yacimiento de Koobi Fora (Kenia) por la presencia de huellas de uso en herramientas de piedra (Keeley, Toth 1981). Pero el hallazgo que certifica indiscutiblemente el trabajo de la madera hace unos 400.000 años son los restos recuperados en Schöningen (Alemania), donde se descubrieron varias lanzas o jabalinas afiladas que, desde el punto de vista balístico, presentan la potencialidad de ser utilizadas como armas arrojadizas (Thieme 1997). Su número y su similar configuración demuestran, de nuevo, una sistematización y recurrencia en el sistema de producción y en la búsqueda de productos determinados. Su cronología es ciertamente distante respecto a las primeras pruebas de producción de herramientas líticas, pero no hay una respuesta cerrada para ello, ya que las excepcionales condiciones de conservación del yacimiento alemán contrastan con las más comunes de la práctica totalidad de yacimientos africanos y europeos más antiguos, cuya composición sedimentológica no permite la perduración de materias vegetales. Por ello, cabría esperar que el trabajo sistemático de la madera para la obtención de instrumentos fuera más antiguo.

2 Sentimiento de la muerte : la transcendencia del otro, de uno mismo y del colectivo

La muerte es un hecho biológico que implica, según nuestra concepción, sentimiento y respuestas diversas (Huntington, Metcalf 1979). Supone una ruptura de la materialidad física y una transformación. Conductas diversas ante la muerte han sido descritas para primates no humanos (Anderson et al. 2010 ; Cronin et al. 2011).

Pero ¿en el hecho de la muerte el género Homo muestra alguna singularidad material que ejemplifique alguna conducta particular ? El registro arqueológico documenta restos fósiles de homínidos de hace millones de años. Incluso varios de ellos se han localizado en contextos domésticos de habitación, lo que pudiera implicar considerar el cadáver humano como una fuente de alimentación. Esta consideración de canibalismo, que en algunos casos pudiera estar vinculada no sólo al ámbito nutricional sino también a fines rituales, se ha propuesto para restos de Homo antecessor de hace al menos 800.000 años (Carbonell et al. 2010).

La primera evidencia de acumulación de cadáveres de Homo en un espacio reservado y desvinculado del espacio doméstico corresponde al Homo heidelbergensis, hace unos 400.000 años (Arsuaga et al. 1987). En un espacio restringido, de acceso complicado y dentro de un recinto subterráneo de cueva se acumularon intencionalmente cadáveres de al menos 28 individuos. Esta evidencia ha servido para considerar un primer ejemplo de vinculación entre espacio propio y muertos, en el sentido de nuestro concepto de necrópolis. Además, el número elevado de individuos re-dimensiona el valor del espacio de inhumación por la reiteración de una acción. Incluso se ha apuntado, aunque esta propuesta necesita nueva constatación, la posibilidad de una conducta de carácter funerario complementaria, al encontrarse una única pieza lítica (un bifaz) simétrica y de color llamativo en asociación con los cadáveres, que ha servido para proponer la hipótesis de inhumación ritual (Carbonell et al. 2003).

El registro arqueológico de especies humanas posteriores, Homo neanderthalensis y Homo sapiens, y a partir de hace unos 120.000 años, muestra una progresiva mayor recurrencia de evidencias tanto en Europa como en Asia y Africa (Defleur 1993 ; Pettitt 2011). Progresivamente el hecho de la protección de los muertos será más frecuente, así como la presencia de elementos que acompañan a los difuntos, el ajuar, consistente en la presencia de ocre, elementos de fauna, herramientas líticas, soportes de adorno personal como colgantes e, incluso, se ha sugerido la posible existencia de flores. El registro, visto diacrónicamente, marca una diversidad de conductas vinculada a una clara tendencia a una mayor socialización de este tipo de acción, a una mayor importancia del ajuar, que se considera representativo de conductas vinculadas a la existencia de un ritual asociado al hecho de la muerte, y a la individualización de los muertos en un espacio propio.

El tratamiento específico de los humanos tras la muerte, su implantación específica, tanto en espacios desvinculados de lo cotidiano como en estrecha relación con la cotidianeidad, su vinculación con la existencia de elementos materiales a modo de acompañamiento (ajuar) y la existencia de casos de enterramientos múltiples que, en casos de diacronía, podrían evidenciar un carácter específico de los espacios por su reiteración en el uso. Este conjunto de hechos manifiesta la existencia de una conducta ritual específicamente humana. Esta conciencia ante la muerte pudiera ser una conducta más antigua, pero los registros arqueológicos, y especialmente los que se encuentran al aire libre, impiden su visibilidad arqueológica.

Tras la muerte, los humanos proyectamos sentimientos abstractos que buscan transcendencia de los humanos, dando una dimensión social al muerto y en muchos casos en relación directa con el vivo. Es una conducta simbólica que transciende del comportamiento animal primate y posiblemente responda a la ausencia de respuestas a reflexiones sobre la inmaterialidad y la no-vida.

3 La construcción de simbolismo/lenguaje mediático

El dotar a determinados materiales o a determinadas acciones de un significado más allá de su materialidad o de su funcionalidad puede rastrearse en el registro arqueológico, aunque no siempre es sencillo. Además la arqueología está limitada por la materialidad de los hechos, es decir, por la fosilización de los materiales vinculados a las conductas, lo que implica la dificultad de documentar acciones que no implican el recurso a la materialidad.

El simbolismo mediático ha sido interpretado como representativo de la “conducta moderna” (Zilhão 2011), integrando acciones individuales o colectivas relacionadas con los enterramientos, la adquisición de un sistema oral de comunicación articulado, la producción de materiales de dimensión social (como uso del ocre o del adorno personal) y la construcción de un simbolismo gráfico. Estos comportamientos, su emergencia y desarrollo, responden a adaptaciones estrechamente vinculadas a causas biológicas y demográficas con evidentes implicaciones sociales que manifiestan cambios en las relaciones entre individuos de la misma especie (Mithen 1996 ; Deacon 1997 ; Shennan 2001).

Una de las primeras evidencias de re-dimensionar mediáticamente elementos naturales son las construcciones gráficas (Figura 2), una forma de lenguaje formal (¿arte ?) constituida por líneas o asociaciones de líneas que forman estructuras lineales, geométricas o naturales (zoomorfos o antropomorfos). Aunque tradicionalmente se ha asociado esta conducta al Homo sapiens europeo, se conocen algunos ejemplos, puntuales y cuestionados por algunos autores, en yacimientos europeos de hace más de 250.000 años (Lorblanchet 1999 ; García-Diez et al. 2013) relacionados con Homo erectus y Homo heidelbergensis. Las evidencias son incuestionables a partir de hace 100.000 años en el continente africano (Henshilwood y Marean 2011) asociadas a los primeros Homo sapiens, en Oriente Medio (d’Errico et al. 2003) desde hace 90.000 años y en Europa claramente desde hace al menos 60.000 años y asociadas a poblaciones de Homo neanderthalensis (García-Diez et al. 2013). Las evidencias seguras corresponden a patrones conceptualizados de líneas regulares en disposición angular y simétrica que implican control neuro-motor durante su creación (planificación y coordinación). Y es a partir de hace unos 60.000 años y principalmente con el Homo neanderthalensis cuando se documenta una mayor presencia de este tipo de evidencias en el registro arqueológico, que irrumpirán de manera destacada a partir de hace 40.000 años con la representación de formas figuradas (abstracción mental de elementos naturales, conceptualización de formas y transposición material) y su expresión sobre diferentes soportes (arte mueble y arte parietal) y contextos (públicos y privados/reservados). Aunque esta “revolución gráfica” corresponde principalmente al Homo sapiens, no puede descartarse la posibilidad de que en los últimos Homo neanderthalensis hubiesen tenido un papel importante (Pike et al. 2012). En conclusión, la emergencia del simbolismo gráfico no es una capacidad exclusiva del Homo sapiens, pudiéndose datar su origen cuando menos hace 100.000 años en África ; pero la verdadera socialización de esta conducta corresponde a los primeros Homo sapiens europeos de hace 40.000 años.

Figure 2
Attestations graphiques de symbolisme médiatisé. A : Art mobilier (schémas linéaires en série et gravures croisées) de la Grotte de Blombos (Afrique du Sud) associé à l’Homo sapiens africain (environ 75 000 ans ; crédit photo : Ch. Henshilwood). B. Art rupestre (série de disques dessinés en rouge) de la grotte d’El Castillo (Espagne) ; des disques semblables dans la grotte ont été datés par U/Th et révèlent une date d’au moins 40 800, ce qui avance l’hypothèse d’une réalisation soit par l’Homo neanderthalensis, soit par l’Homo sapiens (crédit photo : P. Saura).

La concepción y uso de adornos personales (conchas marinas perforadas, dientes perforados y elementos de hueso o marfil) muestran un patrón de emergencia y expansión en parte similar al de las construcciones formales gráficas (Zilhão et al. 2009 ; d’Errico et al. 2009 ; d’Errico, Stringer 2009) : unas primeras evidencias en África hace 120.000 años, una extensión posterior en Europa y Asia, y una generalización hace unos 40.000 años. Es una conducta tanto propia del Homo neanderthalensis como del Homo sapiens, aunque es a éste último a quien puede atribuirse una verdadera socialización.

Por último, también se ha referido la presencia de materias colorantes (principalmente de tonalidad rojiza) como representativo de conductas simbólicas (como decoración corporal para distinción social y/o grupal), si bien algunos autores prefieren interpretar estas evidencias desde consideraciones funcionales (como protección de la piel, usos medicinales, conservación, enmangue de instrumentos, etc.). Por ello, la interpretación sobre el valor de simbolismo mediático de algunos colorantes (Wadley et al. 2009 ; d’Errico et al. 2009) queda abierta ; la aplicación de modelos etnográficos en combinación con su contexto arqueológico permitirá avanzar. Se conocen yacimientos africanos de hace 275.000 años que demuestran el tratamiento de las materias colorantes, pero será con el Homo sapiens y Homo neanderthalensis cuando su presencia y mayor tratamiento (reducción a polvo y tratamiento térmico) empiecen a ser recurrentes.

4 Límites de la visibilidad arqueológica : otras habilidades y capacidades humanas sociales

La arqueología basa las reconstrucciones de la conducta humana en el estudio de restos materiales macro o microscópicos. Por ello, y debido a problemas de conservación y a las limitaciones tecnológicas actuales, todo aquello que no presenta una materialidad reconocible no tiene visibilidad en el registro arqueológico y, en consecuencia, la arqueología está condicionada en sus inferencias.

En este contexto de limitación es complejo definir (caracterizar y fechar) singularidades humanas y vincularlas a un proceso biológico en el que el humano se integra como animal biológico. Por ejemplo, en el ámbito de la relación entre dos iguales, el comportamiento sexual, con la pérdida del estro y la receptividad sexual continua, hubo de implicar una potencial modificación de los sistemas sociales inter e intragrupales, determinados ya no sólo por factores biológicos, sino también por el desarrollo de otras habilidades vinculadas a la atracción sexual (tanto materiales como adornos, perfumes, etc. como inmateriales y relacionados con la alteración de los sentimientos, como el cariño, el cuidado de la prole, etc. – Angulo, García-Diez 2005 –).

Sin duda alguna el proceso de humanización implicó el desarrollo y consolidación de habilidades sociales, es decir, el desarrollo de estrategias singulares vinculadas a la capacidad para llevar a cabo actividades para el grupo que implicarían grados de organización, compenetración y cohesión. Por ejemplo, el dominio del hábitat y la modificación a gran escala del mismo (con la separación de los espacios vitales para cazadero, hogar, lugar de talla, procesamiento cárnico, acciones simbólicas, ocupación de nuevos territorios, etc.) y el cuidado continuado de la prole (altruismo social, tanto de los individuos recién nacidos como de las personas adultas o con limitaciones).

Para ello un factor determinante hubo de ser la existencia de un lenguaje (con estructura desarrollada y variado vocabulario, conceptualización basada en la abstracción y variada recursividad, además de una posible dimensión simbólica) que permitiera una comunicación resolutiva y amplia. Su estudio arqueológico no es posible por la ausencia de evidencias materiales directas. Estudios antropológicos, vinculados al aparato fonador (Aiello, Dunbar 1993 ; Martínez et al. 2008), a la capacidad auditiva (Martínez et al. 2004 ; Quam et al. 2016), a la capacidad del habla (Enard et al. 2002 ; Krause et al. 2007) y al desarrollo neuronal de determinadas áreas cerebrales (Christiansen, Kirby 2003), demuestran que el lenguaje no es una habilidad exclusiva de nuestra especie Homo sapiens, ya que existen evidencias de similitudes anatómicas y genéticas con especies humanas previas. Sin embargo, la capacidad es un potencial y no implica necesariamente que estos homos poseyeran un lenguaje “similar” al nuestro ; muy probablemente el contexto y presión de subsistencia y social determinarían su desarrollo y complejidad. Así, estudios experimentales han señalado la importancia del lenguaje como requisito óptimo para el aprendizaje y la enseñanza de la talla y su trasmisión social (Morgan et al. 2015).

A una mayor escala, las relaciones entre grupos, configurando un sistema de establecimiento de alianzas, irían definiendo las interacciones que determinaron, con el tiempo, altos grados de cohesión y diferenciación social, estableciéndose progresivamente redes sociales (Killworth et al. 1984 ; Milarno 1992) con diferente grado de conectividad social (integración o divergencia).

Conclusión

La arqueología aporta información para considerar la singularidad humana. Su estudio no es sencillo por las limitaciones que imponen los datos y por la posible existencia de habilidades y conductas que no han fosilizado en el registro arqueológico. La visión integral de las preguntas arqueológicas en conjunto con otras disciplinas como la etología, la antropología cultural, la antropología física, etc. permite plantear propuestas basadas en una concepción amplia de los cambios y los procesos. En este contexto la complementariedad será clave para la discusión sobre la singularidad, caracterización y datación de determinadas habilidades y conductas humanas.

La singularidad humana tiene sus raíces en conductas animales cercanas a sus ancestros, los primates, con quienes nos vinculamos biológica y conductualmente. El uso del entorno mediante habilidades y capacidades cognitivas es una constante de los primates, pero la singularidad humana reside en la capacidad de modificarlo, en primer lugar, mediante sistemas y procesos tecnológicos que progresivamente se complejizan. La construcción de herramientas es una primera evidencia de ello, estrechamente vinculada a la adaptación al medio para la subsistencia y a un crecimiento alométrico del cerebro. El registro arqueológico permite documentar sin dudas esta capacidad desde hace 2,5 millones de años, y hace 2 millones de años ya se había socializado, siendo el Homo habilis la especie humana que representa la emergencia y expansión de esta habilidad.

La acumulación de los cadáveres constituye posiblemente una forma de simbolismo, pues demuestra una conciencia sobre los otros y sobre uno mismo tras la vida. Representa una primera manifestación de la modificación de las relaciones entre individuos de una misma especie. Hoy en día las evidencias arqueológicas no permiten retrotraer esta conducta más allá de 400.000 años, asociándose al Homo heidelbergensis, si bien es a partir de hace 120.000 años cuando el registro es menos parcial, más determinante y susceptible de interpretarse como enterramientos. El Homo neanderthalensis practicó también este tipo de acciones, pero su vinculación con el Homo sapiens, especialmente tras su llegada al continente europeo, pudiera representar la mayor expansión.

Una singularidad del género Homo es la construcción de materialidades dimensionadas más allá de su forma. En este contexto, adornos personales y formas gráficas constituyeron contenedores artificiales sociales de información y nuevos medios de relación con los iguales. La información existente tras ellos estaba mediatizada por las reglas sociales determinadas por el individuo o el grupo social. Se transforma la naturaleza, se crean nuevas materialidades y se dimensiona su significado más allá de su realidad tangible, incorporando nuevos significantes y creando una “naturaleza artificial” de origen humano. Su emergencia, asociada a Homo neanderthalensis y Homo sapiens africano en el registro arqueológico viene a coincidir en el espacio y en el tiempo con el resurgimiento de la práctica del enterramiento hace unos 100.000 años, pero de nuevo no es hasta hace unos 40.000 años cuando los últimos Homo neanderthalensis y primeros Homo sapiens europeos se socialice esta artificialidad.

Agradecimientos

A Clément de Guibert por la invitación a participar en este monográfico y poder aportar la visión desde la arqueología. Este estudio se enmarca dentro del “Grupo de Investigación en Prehistoria de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU)”, financiado por el Gobierno Vasco (IT-622/13) y la « Unidad Formadora de Investigación de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) » (UFI 11/09). Irene Vigiola-Toña es beneficiaria del « Programa Predoctoral de Formación del Personal Investigador no Doctor » del Gobierno Vasco.

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Pour citer l'article

Marcos García-Diez, Blanca Ochoa, Irene Vigiola-Toña, Asier Abaunza, Isabel Sarró Moreno, Javier Angulo« Humanización : una visión arqueológica del proceso de hominización », in Tétralogiques, N°21, Existe-t-il un seuil de l’humain ?.

URL : https://www.tetralogiques.fr/spip.php?article32